Me opongo a las prácticas autoritarias tanto en la vida como en el arte, incluso a aquellas aprendidas. Con esto quiero decir que cuando nos encontramos con una obra de arte, nuestro hábito es entender de la manera que Susan Sontag (1984), en su conocido escrito Contra la interpretación, explica: “El hecho es que toda la conciencia y toda la reflexión occidentales sobre el arte han permanecido en los límites trazados por la teoría griega del arte como mímesis o representación. La crítica hacia esta posición radica en la idea que la obra esta mediada por una interpretación que excava en búsqueda de un “(…) subtexto que resulte ser el verdadero.” En este sentido, pienso que se torna vital recuperar la naturaleza sensitiva desde la práctica del arte para indagar sobre su articulación discursiva, corporal y vital.
Pero esta sensorialidad, aquella que nos acerca a la experiencia estética y al mundo está manipulada y negada desde nuestra educación. Nuestros sentidos están siendo reprimidos, nuestro cuerpo anulado… la experiencia velada, lo sensual está subjetivamente aliado a un íntimo o a un prohibido. La sensación junto a la sensualidad aunque sean parte de nuestra manera de generar sentido y reflexión, están relegadas o abandonadas a un automatismo, a un momento de introspección. El arte tiene la potencia de recuperar nuestra relación con la sensorialidad y la sensualidad como experiencia y reflexión.
maneras de mirar
presenté la experiencia teatral Soledad del Monte en la casa de Narla (Brasil), una obra construida para las casas de las personas... Durante esta experiencia me preguntaba dónde está el personaje y dónde está el público. ¿La experiencia estética requiere de una convención espacial?
Busco que lo que conocemos como personaje provoque una conexión íntima donde el afecto de espectadores y ejecutantes entre en juego. Cuando hablo de afecto no me refiero al sentimiento o emoción sino aquella sensación de pertenecer y ser en donde nuestra subjetividad individualista es fisurada y colocada en desequilibrio. Podríamos relacionarlo con el momento en que nos enamoramos, ese instante cuando todos se dan cuenta menos nosotros, cuando el amor sale por nuestros poros, nos toma y nos hace reconocibles para el resto. Es un estado que al contrario de pensar que nos vuelve introspectivos, nos torna abiertos a la realidad, contagiosos para otros y, por tanto, vulnerables y, al mismo tiempo, tenaces. Luego, este estado se dirige hacia diversas construcciones sociales como el amor eterno, el matrimonio o la pareja, propios a la noción de identidad individualista.
Entonces, propongo que el arte puede ser un enamoramiento, y si el sentimiento, socialmente construido y entendido, actúa en el día a día como herramienta de introspección o un regreso del mundo hacia uno mismo, el afecto en el arte funciona como una fuerza que expulsa al sujeto, provocando su relación con el exterior donde su vulnerabilidad y fuerza se revelan. No se trata de un acto que surge desde el sujeto individualista sino del sujeto-en-relación con el mundo. Y por tanto, dicha fuerza pertenece a la existencia, es propia de la vida, de lo humano y lo inhumano.
Entonces, propongo que el arte puede ser un enamoramiento, y si el sentimiento, socialmente construido y entendido, actúa en el día a día como herramienta de introspección o un regreso del mundo hacia uno mismo, el afecto en el arte funciona como una fuerza que expulsa al sujeto, provocando su relación con el exterior donde su vulnerabilidad y fuerza se revelan. No se trata de un acto que surge desde el sujeto individualista sino del sujeto-en-relación con el mundo. Y por tanto, dicha fuerza pertenece a la existencia, es propia de la vida, de lo humano y lo inhumano.